La virtualización de la experiencia y la memoria virtual se han convertido en un acontecimiento capitalizado en el que la posibilidad de almacenaje de la nube, es decir, la capacidad de guardar recuerdos en lo digital tiene un espacio finito y limitado. La memoria humana tiene que ver intrínsecamente también con el olvido. La memoria, como espacio virtualizante, acaba transformando los recuerdos en imágenes en las que se mezclan sensaciones, percepciones, olores, difuminando rostros para convertirlos en distorsiones remixeadas de otros cuerpos y personas. Recordamos las cualidades de las personas en una percepción conjunta y generamos redes neuronales de recuerdos conectados. El olvido viene intrínseco, como acción involuntaria, no como una acción enfermiza y problemática. La percepción constante de la realidad, de cada minuto y cada detalle frenético de nuestra existencia, nos llevaría a un estado de hiperconsciencia de nuestra cotidianidad. La memoria digital, sin embargo, nos posibilita la capacidad de retención constante de todo lo que nos rodea pero no nos sumerge en un estado de consciencia sino en un estado nostálgico. La acción de la hipercaptación es en un sentido de prepararnos para el recuerdo. Almacenamos acontecimientos en nuestros dispositivos, siendo la representación de la realidad los principales contenedores de sensaciones más que la propia experiencia de la realidad. Priorizando una sensibilidad visual-ocular estética del recuerdo. Esta hipercaptación de la vida nos lleva a un punto paradójico de ansiedad por la pérdida de la memoria digital, en el que hemos extraído el olvido de nuestros procesos vivenciales, desnaturalizándolo, dislocándolo, para naturalizar una hipervigilancia visual-superficial (de superficie), texturifición volumétrica y distanciada hacia todo lo que nos rodea. Nuestros ojos están en nuestras manos. A través de las imágenes de nuestras manos entendemos el mundo.
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Haters del olvido
Dreamcore y la ansiedad por el olvido.
De estar olvidando. Una imposibilidad de acceder.
De haber perdido algo que te pertenecía.
La memoria defectuosa en su consciencia.
La capacidad de retención se ha externalizado. Ya no nos pertenece. Nuestra memoria se ha externalizado con ella. Los lóbulos que guardaban las imágenes de la memoria, detrás de nuestros ojos, debajo de las sienes, ya no guardan a largo plazo. La memoria primaria, almacén de sucesos recientes, sobrevive treinta segundos albergando información que acaba desvaneciéndose, sumergiéndonos en grados de intensidad elevados donde vivimos acontecimientos que rápidamente se convierten en fantasmas de lo que fueron. En reverberaciones de algo que ya hemos conocido, de algo que ya hemos probado o hemos sentido. Nuestra memoria es selectiva y sensorial. Momentos de nostalgia profunda hacia un pasado extrañado que no sabemos si hemos vivido pero que es familiar. ¿Si lo he imaginado lo he vivido? La recurrencia de visitar algo con la mirada me hace sentir que lo conozco. La recurrencia genera familiaridad y la familiaridad pertenencia. Una especie de pertenencia impostada. La presencia fantasmagórica de un sitio que hemos visto pero nunca estado se puede habitar desde otro plano de la consciencia. Habitamos internet desde la disociación de nuestros cuerpos para encarnar otras imágenes. Para sentir otros sitios. La pertenencia virtual sigue siendo una forma de encarnar una tactilidad de unas manos extrañadas, espectrales.

Una sensación de estar olvidando constantemente. Una imposibilidad de acceder. De haber perdido algo que nos pertenecía. Una ensoñación en la que todas las caras pertenecen a cuerpos que hemos conocido, pero una incapacidad de recordar fielmente a quién pertenecían. El dreamcore es una corriente virtual que evoca sentimientos de nostalgia propios del sueño a la vez que habla de temáticas e inquietudes propias de la generación Z. Es una expresión virtual, sonora y visual que representa todo aquello que vemos y sentimos en sueños. Captura el aspecto amateur de la apariencia de internet en la década de los 2000. Imágenes de baja calidad, falta de contexto, entornos desconocidos que generan preguntas o interpretaciones respecto al significado. Exploración de espacios vacíos, de la escasez en espacios que no deberían estar huecos, de lugares que parecen no tener fin. Relación con el purgatorio como un espacio temporal, intermedio, de espera, de expectación. El dreamcore, hereditario del weirdcore, genera constantemente relaciones de desconcierto y de extrañamiento en una búsqueda constante desde la disociación, de algo desconocido pero perceptible en su ausencia. Explora espacios abiertos y se centra en la ambigüedad entre presencia y la no-presencia de cuerpos que son señalados pero que no aparecen. Mezcla la presencia de objetos en un ambiente brillante de luz cegadora, guardando una estrecha relación con la representación del sol como un brillo, una presencia liviana tranquilizadora que siempre está. Un punto de estabilidad. El brillo en el dreamcore como presencias genuinas, sin daño, dolor o malestar. El brillo como fractura de una realidad, puerta que escapa de este mundo hacia la calma y el descanso. El brillo como estado intermedio en el que algo se acerca pero aún no ha llegado. Siempre, bajo una especie de ambigüedad existencialista de la no percepción del tiempo y de la materialidad del cuerpo como un ente de luz incorpóreo. Descarnificado. Extracorporal. Desmaterializado. Indoloro. En una constante nostalgia hacia la calma.

En estos espacios intermedios de memoria extrañada, aparecen en ocasiones rectángulos negros densos, roturas en el escenario pacificador generando portales dentro de estos espacios angelicales disociantes. Estos bloques gravitan alrededor de sensaciones de bloqueo, de curiosidad por ir a otro lugar, censura visual ya ni siquiera distorsionada sino directamente anulada. La hipercaptación y la sensación constante de haberte perdido algo van unidas de la mano. Fear of Missing Out, FOMO, también conocido como el miedo a perderse algo, forma parte de las nuevas problemáticas de salud de nuestro tiempo desde que las redes sociales forman parte de nuestras vidas. El cambio de paradigma que ha supuesto la centralización de las redes sociales y sus lógicas, ha generado toda una serie de críticas individualizadoras a los usuarios de tener síndromes psicológicos en lugar de cuestionar qué tipo de presiones sociales y expectativas se están generando desde las redes. Las dinámicas de hipervelocidad y de hiperconsumo que sucede en estos espacios nos llevan a introducirnos casi sin poder elegirlo en unas dinámicas sociales concretas. Pertenecer a lo social actualmente significa introducirse en estas dinámicas. El miedo a perderme algo va completamente unido con estos escenarios de memoria defectuosa angelical, anulada en su retención de recuerdos, constantemente expuesta a torrentes vertiginosos de deseo. Este tipo de imágenes son una especie de invocación a la esperanza, llamamiento a los ángeles que habitan la liminalidad. Añoranzas lanzadas al vacío nostálgico-existencialista. Una especie de espiritualidad post-internet basado en el deseo por la salvación. Hay una presencia constante hacia el cielo, hacia un dios, presencia constante e inalterable, hacia una espiritualidad post-internet encarnada entre imágenes de otro tiempo. La referencia hacia la luz y los ángeles es un proceso constante en el dreamcore, en una especie de vuelta a la religión pero desde un estado mental interneteado-creepy. La presencia de los ángeles tiene que ver con percepciones que van más allá de nuestros sentidos humanos. De hecho, los sentidos desde este estado mental, son una estrecha rendija por la que apenas se divisa una minúscula parte de la realidad. Los ángeles como presencias salvadoras que pueden curar esta sensación del olvido. Entrar en esta serie de imágenes es desear al brillo, extrañarlo cuando no está, cuestionarte a dónde va, quién es, para introducirte en un circuito circular en el que te cuestionas si el brillo eres tú mismo. El reflejo de lo que vemos somos nosotros mismos a través de los portales de lo liminal.

Una sensación constante de haber llegado cuando todo ha acabado. Una sensación lobotomizadora, de extirpación de la vivencia del acontecimiento y de una colectividad corporal humanamente palpable. Lo que nos queda son espacios repletos de rastros de lo que justo acaba de ser. El espacio inminente de algo que se acaba de ir pero en el que aún hay reverberaciones. No es una sensación de una experiencia lejana sino la experiencia de algo que tenías cerca y se ha evaporado. Sensación de imposibilidad de percepción directa de lo que hay alrededor, imposibilidad de conocerlo en su tiempo actual sino una constante condena de conocer aquello que te rodea cuando ya ha acabado y no volverá a suceder. Esta sensación de cuerpos evaporados, soledad individualizante en la que solo sobrevive la arquitectura, está cerca de la percepción disociada, de la condición de ojos distantes que la hipercaptación del mundo que nos rodea acaba generando.


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